
En Chile estamos aprendiendo a mirar nuestras ciudades desde otro lugar. Ya no basta con crecer hacia afuera ni medir el progreso solo en metros cuadrados. Lo urbano se cruza con la naturaleza, con la memoria de los lugares, con las comunidades que los habitan y con la urgencia climática que toca nuestras puertas. Esa comprensión abre un nuevo ciclo para el país.
Durante años, confundimos desarrollo urbano con expansión: más metros cuadrados, más obras, más suelo ocupado, como si avanzar fuera sinónimo de crecer hacia afuera. En ese proceso quedaron relegadas dimensiones esenciales para la vida en la ciudad: la naturaleza, la memoria de los lugares, la identidad barrial, el bienestar cotidiano, el tiempo de las comunidades y el valor de lo local.
Hoy tenemos evidencia, y experiencia, de que esa mirada ya no basta. Los territorios hablan cuando un humedal desaparece, cuando un fragmento de bosque permanece rodeado de parcelaciones, cuando un barrio busca espacios para encontrarse o cuando una comunidad exige justicia territorial: acceso equitativo a servicios, vivienda digna, espacios públicos de calidad y naturaleza cercana.
La actualización de la Política Nacional de Desarrollo Urbano avanza en esa dirección. Reconoce la diversidad territorial del país, la urgencia climática, la importancia de fortalecer la participación y la necesidad de pensar la ciudad como parte de un sistema vivo, no como una colección de proyectos aislados. Y, tal vez lo más valioso, este proceso no se construyó desde la distancia, sino escuchando, dialogando y recogiendo visiones desde distintos territorios de Chile.
Como parte del Consejo Nacional de Desarrollo Territorial, hemos tenido la oportunidad de aportar a este proceso desde la experiencia concreta en terreno: ciudades pequeñas, bordes urbanos que conviven con ecosistemas valiosos, y comunidades que enfrentan tensiones reales entre crecimiento y cuidado del lugar. Llevar estas miradas locales a una discusión nacional nos ha permitido recordar algo esencial: el territorio no es abstracto; tiene voz, historia y límites, y debe ser tratado con respeto.
El desafío ahora es transformar principios en realidad: convertir esta visión en decisiones públicas y privadas, en planificación urbana coherente, en inversiones que cuiden el suelo y los ecosistemas urbanos, en vivienda y espacios públicos dignos, y en ciudades que avancen en alianza con su entorno, no a costa de él.
Chile tiene la oportunidad de impulsar un modelo urbano que entienda que la naturaleza no es aquello que queda afuera de la ciudad, sino aquello que la sostiene, que la participación no es un trámite, sino un acto democrático profundo, y que el desarrollo se mide en bienestar, equidad y pertenencia, no solo en edificación.
Si somos capaces de implementar esta política con sensibilidad territorial y coherencia, estaremos dando un paso real hacia ciudades que cuidan a las personas y al territorio que las acoge. Un futuro urbano donde habitar sea también cuidar, y donde pertenecer signifique formar parte de un lugar vivo, respetado y compartido.
